Echar a andar

Siempre me gustó lo que encierran estas palabras, precisamente por lo que abren. Son tantas y tan variadas las ocasiones que permiten usarlas para subrayar los envites de la voluntad, que si juntamos las veces que se utilizan de forma falsa o gratuita con aquellas otras en las que realmente sirven de aliento e incitan a moverse, daría para quedarme, ahora y aquí, sólo con ellas como protagonistas de mis reflexiones y al final, con lo poco que me cuesta enrollarme y divagar, este espacio, en el que se supone que al menos en

 esta primera ocasión lo voy a dedicar a largar (bueno, me han dicho que no utilice ciertos términos porque enseguida te catalogan) a glosar sobre la llegada al mundo de mi libro, no sería capaz de ‘echar a andar’.

Así que, vamos a lo que vamos: no estaría aquí escribiendo algo que me resulta imposible creer que lo lea alguien que no sea yo mismo mañana al levantarme para ver si sigue donde lo dejé, sino fuera para dejar constancia, como haría cualquier escritor que se precie, de mi acendrado egocentrismo en todo lo relativo  a informar sobre la creación,  desarrollo y parto de mi novela «La vida, por si acaso», más conocida entre los íntimos como ‘La Gordita’.

Por otro lado, no tengo más remedio que reconocer, que esta práctica de contar intimidades con palabras escritas y en un medio tan aséptico como este, le va bien a la salud hepática, porque hasta hace bien poco (y todavía no las tengo todas conmigo para afirmar que no siga siendo así) yo pensaba que este viejo deporte de pegar la hebra con alguien para aliviar el caletre cuando las ideas  hierven, mejor si es amigo/a o está en camino de serlo, sólo se podía hacer en la acogedora penumbra de un bar, viendo morir y renacer el hielo, las veces que haga falta, en su sensual viaje por los confines de tu vaso. Pero hay algo aún peor que convertir una reflexión  ( pues esto es lo que se hace aquí) en una especie de charla ficticia, y es ir a un bar tú sólo, a la caza de escuchadores a los que tu causa, tu fantasía, tu quimera, tu epopeya, e incluso tu deuda… les importe una higa. Así que ahora, como se trata de elegir y no de abarcar, sólo voy a dejar  constancia de una realidad: Si estoy escribiendo aquí todo esto, aun sin saber  para quien lo hago, si yo no me cuento, es porque hoy es exactamente aquel día del que alguien me habló, después de decirle (todavía era lógico hacerlo en un bar) que había nacido la primera palabra de las 360.618 restantes que formarían  «La vida, por si acaso» .Si he de ser sincero, no hice mucho caso  de su  predicción, porque en aquel momento yo no era capaz de vislumbrar más futuro que el de continuar al día siguiente con mi historia, pero no tengo más remedio que aceptar que estaba en lo cierto, aunque quizá ni él mismo se lo creyera y  pensara que de esa forma me regalaba una pizca de ilusión, sin  saber que yo iba sobrado de ese maná. En fin, que me acaban de decir que han visto a mi Gordita  en  el escaparate de una librería. Ha echado a andar.